EL CINE EUROPEO DE POSGUERRA
Es, en este periodo, cuando Italia se reivindica como una de
las grandes potencias cinematográficas del momento. Aunque había contado
siempre con una industria sólida, nunca había conseguido generar autores de
importancia mundial. Sin embargo después del final de la Segunda Guerra Mundial
algunos directores italianos van a inaugurar el neorrealismo. Este movimiento
da nuevo brillo a un país que no había explotado del todo la renovación que
suponen las vanguardias en el mundo del cine. Esta nueva corriente consigue
generar y mantener la influencia del cine italiano en el mundo durante varios
años.
El neorrealismo no surge como un movimiento, sino que es una
forma de hacer cine de varios directores italianos. Se caracteriza sin duda por
su eclecticismo, su espontaneidad y por la mueva mirada que trae al mundo del
cine. Intenta describir la realidad a través de los gestos y las cosas
cotidianas. Intenta dar una nueva mirada al mundo del cine, conmocionado por la
situación de Italia en esa época. Surge teniendo en mente la renovación de un
cine que, hasta hace poco, se encontraba en manos del gobierno fascista.
En este periodo destaca con fuerza el director Roberto
Rossellini, que con su película Roma ciudad abierta, rodada en circunstancias
imposibles, es uno de los que inauguran este nuevo género. La película ganó el
festival de Cannes de ese mismo año, y su éxito en EE.UU. fue arrollador.
Vittorio de Sica es otro de esos grandes directores italianos. Con Sciuscià
describe magistralmente la infancia de la posguerra a través de las vicisitudes
de dos muchachos. Ladrón de bicicletas es otro de los grandes éxitos de
Vittorio de Sica, donde une la visión infantil y adulta, hablando de la
condición moral y social de la insignificancia representada por el robo de una
bicicleta. Luchino Visconti, con su película, Ossessione, rodada en 1942, es el
primero, sin duda, en inaugurar el nuevo género. La terra trema, es el único
film que dirige en la época neorrealista, pero es innegablemente uno los que
tienen más fuerza. Propaganda rodada a modo de documental del partido
comunista, al que estaba afiliado, se convierte en film potentísimo por su
forma de narrar la vida de los pescadores italianos.
El cine francés inmediatamente posterior a la guerra suele
recibir poca atención debido al movimiento que le seguirá y que conquistará a
la crítica y al público: Nouvelle Vague. Tras la guerra, buena parte de los
directores de cine habían militado en la resistencia, muchos de ellos en
movimientos comunistas. Tras el colaboracionismo de Vichy no querían dar una
visión edulcorada de la realidad. Se dejan influir por las tendencias italianas
del neorrealismo, pero adaptándola a su propia tradición. Sin embargo, el éxito
del cine es escaso entre el público, aunque la calidad queda patente. Se
prefiere lo benévolo que lo real. Surgen películas como La bataille du rail o
Au coeur de l’orange, que muestran la
realidad de la guerra o las divergencias internas a través de relatos sobrios
que pretenden contar la realidad a través de los cotidiano.
Tras la guerra, Gran Bretaña no se encontraba en la misma
situación que la mayor parte de los países europeos. Había ganado la contienda,
su industria de cine era poderosa y el público se interesó por acudir a los
estrenos del cine británico. El nuevo gobierno laborista se preocupó por
promocionar el cine facilitando la tarea de los cineastas. A esta época
corresponde la fenomenal película El tercer hombre, en la que participa el
célebre Orson Welles, y que a través de un thriller apasionante dirigido por el
director Carol Reed dio a la historia del cine de ese país uno de la cinta más
brillantes. Otro de los directores más pujantes de este periodo fue David Lean,
que con su película Breve encuentro y sus dos adaptaciones de Dickens Grandes
Esperanzas y Oliver Twist, aportó al cine británico de esta época tres obras
maestras. Otros tres directores de culto fueron Robert Hamer, Alexander
Mckendrick y Michael Powell, que con películas de menor presupuesto que las de
los directores antes mencionados, consiguieron un estilo propio y bien definido
con películas brillantes. Buena prueba de ello son Al morir la noche y Ocho
sentencias de muerte, del primero, El hombre vestido de blanco del segundo y A
vida o muerte o Narciso Negro del tercero.
En lo tocante al cine alemán de la posguerra, el primer film
estrenado fue Di la Verdad de Helmut Weiss. Esta producción, parada en el
último año de guerra por el avance soviético se estrenó en 1946 con pequeños
cambios de guion y nuevos autores. Esto refleja la realidad de la época, que
lejos de romper con todos los elementos del cine anterior, lo continúa. En un
primer momento se intentó contar con personas que no hubiesen estado
relacionadas con el régimen nazi. Pero fue imposible. Y ante la negativa de
llamar a los cineastas huidos de Alemania ante el avance nazi, poco a poco se
fue dando licencias a los mismos del periodo anterior (como los directores
Wolfgang Liebeneiner o Veit Herlan, que habían firmado varias películas de
propaganda nazi). Precisamente por esta razón se ha venido criticando a menudo
el continuismo del cine alemán, que prácticamente crea un periodo que abarca
desde los años 30 hasta finales de los 50. Como mayor muestra de este
continuismo esta la UFA, monopolio estatal de la industria cinematográfica, que
no logró echarse abajo hasta bien entrada la década de los 50. Uno de los
géneros que más éxito tuvo fue el de ficción, que entroncando con la tradición
bajo el régimen nazi, encontró gran acogida entre el público.
El cine nórdico de la posguerra puede contemplarse desde una
cierta unidad. Si bien es cierto que los países de la zona (Dinamarca, Suecia,
Noruega, Islandia y Finlandia) tienen sus particularidades, la idiosincrasia de
sus industrias, de tamaño más bien pequeño, hace que tengan muchas
características en común. La protección del cine local y la subvención desde el
estado fue un requisito indispensable en todos estos países para la existencia
de la industria de cine. Además la gran relación entre los directores y actores
de los países dio lugar a movimientos y periodos parecidos.
En el centro y este de Europa el cine de posguerra está
íntimamente ligado a las circunstancias políticas de los países. Tras el
tratado de Yalta estos países (Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, RDA,
Polonia y Rumania) fueron dejadas a su suerte bajo el control soviético. En
estos países el ascenso al poder de los partidos comunistas locales llevó a la
industria del cine a ser nacionalizada. Esto fue bueno en un principio, porque
permitió concentrar en un momento duro los escasos recursos de las industrias
del cine. De esta manera en estos países surgieron importantes producciones
históricas, como la del polaco Andrzej Munk, del búlgaro Randel Valcanov o del
checo Jàn Kadár. En algunos casos la llegada de los comunistas al poder
permitió el nacimiento de industrias del cine propiamente dichas, como en el
caso de Albania, Rumania o Bulgaria. En todo caso, la industria del cine se
acabó convirtiendo en un elemento de propaganda del poder debido al monopolio
estatal que existía en la industria del cine.
Juan Martínez Rodríguez
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