lunes, 20 de enero de 2014

EL CINE EUROPEO DE POSGUERRA

Es, en este periodo, cuando Italia se reivindica como una de las grandes potencias cinematográficas del momento. Aunque había contado siempre con una industria sólida, nunca había conseguido generar autores de importancia mundial. Sin embargo después del final de la Segunda Guerra Mundial algunos directores italianos van a inaugurar el neorrealismo. Este movimiento da nuevo brillo a un país que no había explotado del todo la renovación que suponen las vanguardias en el mundo del cine. Esta nueva corriente consigue generar y mantener la influencia del cine italiano en el mundo durante varios años.
El neorrealismo no surge como un movimiento, sino que es una forma de hacer cine de varios directores italianos. Se caracteriza sin duda por su eclecticismo, su espontaneidad y por la mueva mirada que trae al mundo del cine. Intenta describir la realidad a través de los gestos y las cosas cotidianas. Intenta dar una nueva mirada al mundo del cine, conmocionado por la situación de Italia en esa época. Surge teniendo en mente la renovación de un cine que, hasta hace poco, se encontraba en manos del gobierno fascista.
En este periodo destaca con fuerza el director Roberto Rossellini, que con su película Roma ciudad abierta, rodada en circunstancias imposibles, es uno de los que inauguran este nuevo género. La película ganó el festival de Cannes de ese mismo año, y su éxito en EE.UU. fue arrollador. Vittorio de Sica es otro de esos grandes directores italianos. Con Sciuscià describe magistralmente la infancia de la posguerra a través de las vicisitudes de dos muchachos. Ladrón de bicicletas es otro de los grandes éxitos de Vittorio de Sica, donde une la visión infantil y adulta, hablando de la condición moral y social de la insignificancia representada por el robo de una bicicleta. Luchino Visconti, con su película, Ossessione, rodada en 1942, es el primero, sin duda, en inaugurar el nuevo género. La terra trema, es el único film que dirige en la época neorrealista, pero es innegablemente uno los que tienen más fuerza. Propaganda rodada a modo de documental del partido comunista, al que estaba afiliado, se convierte en film potentísimo por su forma de narrar la vida de los pescadores italianos.
El cine francés inmediatamente posterior a la guerra suele recibir poca atención debido al movimiento que le seguirá y que conquistará a la crítica y al público: Nouvelle Vague. Tras la guerra, buena parte de los directores de cine habían militado en la resistencia, muchos de ellos en movimientos comunistas. Tras el colaboracionismo de Vichy no querían dar una visión edulcorada de la realidad. Se dejan influir por las tendencias italianas del neorrealismo, pero adaptándola a su propia tradición. Sin embargo, el éxito del cine es escaso entre el público, aunque la calidad queda patente. Se prefiere lo benévolo que lo real. Surgen películas como La bataille du rail o Au coeur de l’orange,  que muestran la realidad de la guerra o las divergencias internas a través de relatos sobrios que pretenden contar la realidad a través de los cotidiano.
Tras la guerra, Gran Bretaña no se encontraba en la misma situación que la mayor parte de los países europeos. Había ganado la contienda, su industria de cine era poderosa y el público se interesó por acudir a los estrenos del cine británico. El nuevo gobierno laborista se preocupó por promocionar el cine facilitando la tarea de los cineastas. A esta época corresponde la fenomenal película El tercer hombre, en la que participa el célebre Orson Welles, y que a través de un thriller apasionante dirigido por el director Carol Reed dio a la historia del cine de ese país uno de la cinta más brillantes. Otro de los directores más pujantes de este periodo fue David Lean, que con su película Breve encuentro y sus dos adaptaciones de Dickens Grandes Esperanzas y Oliver Twist, aportó al cine británico de esta época tres obras maestras. Otros tres directores de culto fueron Robert Hamer, Alexander Mckendrick y Michael Powell, que con películas de menor presupuesto que las de los directores antes mencionados, consiguieron un estilo propio y bien definido con películas brillantes. Buena prueba de ello son Al morir la noche y Ocho sentencias de muerte, del primero, El hombre vestido de blanco del segundo y A vida o muerte o Narciso Negro del tercero.
En lo tocante al cine alemán de la posguerra, el primer film estrenado fue Di la Verdad de Helmut Weiss. Esta producción, parada en el último año de guerra por el avance soviético se estrenó en 1946 con pequeños cambios de guion y nuevos autores. Esto refleja la realidad de la época, que lejos de romper con todos los elementos del cine anterior, lo continúa. En un primer momento se intentó contar con personas que no hubiesen estado relacionadas con el régimen nazi. Pero fue imposible. Y ante la negativa de llamar a los cineastas huidos de Alemania ante el avance nazi, poco a poco se fue dando licencias a los mismos del periodo anterior (como los directores Wolfgang Liebeneiner o Veit Herlan, que habían firmado varias películas de propaganda nazi). Precisamente por esta razón se ha venido criticando a menudo el continuismo del cine alemán, que prácticamente crea un periodo que abarca desde los años 30 hasta finales de los 50. Como mayor muestra de este continuismo esta la UFA, monopolio estatal de la industria cinematográfica, que no logró echarse abajo hasta bien entrada la década de los 50. Uno de los géneros que más éxito tuvo fue el de ficción, que entroncando con la tradición bajo el régimen nazi, encontró gran acogida entre el público.
El cine nórdico de la posguerra puede contemplarse desde una cierta unidad. Si bien es cierto que los países de la zona (Dinamarca, Suecia, Noruega, Islandia y Finlandia) tienen sus particularidades, la idiosincrasia de sus industrias, de tamaño más bien pequeño, hace que tengan muchas características en común. La protección del cine local y la subvención desde el estado fue un requisito indispensable en todos estos países para la existencia de la industria de cine. Además la gran relación entre los directores y actores de los países dio lugar a movimientos y periodos parecidos.
En el centro y este de Europa el cine de posguerra está íntimamente ligado a las circunstancias políticas de los países. Tras el tratado de Yalta estos países (Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, RDA, Polonia y Rumania) fueron dejadas a su suerte bajo el control soviético. En estos países el ascenso al poder de los partidos comunistas locales llevó a la industria del cine a ser nacionalizada. Esto fue bueno en un principio, porque permitió concentrar en un momento duro los escasos recursos de las industrias del cine. De esta manera en estos países surgieron importantes producciones históricas, como la del polaco Andrzej Munk, del búlgaro Randel Valcanov o del checo Jàn Kadár. En algunos casos la llegada de los comunistas al poder permitió el nacimiento de industrias del cine propiamente dichas, como en el caso de Albania, Rumania o Bulgaria. En todo caso, la industria del cine se acabó convirtiendo en un elemento de propaganda del poder debido al monopolio estatal que existía en la industria del cine.

Juan Martínez Rodríguez

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